Después de las guerras de la Independencia, Santa Juana comenzó a transitar por un camino cuesta abajo, consecuencia de las fatales desgracias que vivió el pueblo durante los violentos días de las batallas independentistas, sucesos que estaban acompañados del fuego y de la destrucción que arruinaron los pocos avances de la comarca y borraron todo vestigio de cualquier adelanto conseguido. En la década de 1820 se instala en las inmediaciones de Santa Juana el montonero Vicente Benavides y el capitán de dragones Mariano Ferrebú, causando revuelo y un malestar general en los habitantes, debido a las correrías que hacían estragos en los montes del Nahuelbuta. Sumada a la incómoda presencia de los montoneros que provocaban grandes desgracias, seguía existiendo en los cordones cordilleranos una fuerte presencia de gentes mapuche que continuaban enfrentándose azarosamente con los españoles chilenos que tenían sus heredades en los valles y potreros de la cordillera. En una carta enviada el 30 de junio de 1822 a la Intendencia de Concepción, se da cuenta de unos hechos en la zona de Curalí, donde una partida de 30 «indios costinos andaban haciendo unas correrías en aquel lugar, robando, y saqueando cuanto animal había«, lo que no resulta curioso ya que el año de 1822 es conocido por los locales como «el año de las necesidades», moto que evidencia una fulminante hambruna que azoló el lugar luego del terremoto que sacudió toda la zona central. En los años siguientes, las misivas siguen siendo del mismo tenor, llegándose a solicitar más pertrechos y municiones, pólvora y piedras de chispas para aperar la comandancia de la plaza para continuar haciendo frente a los «bárbaros» que seguían azolando el interior, como lo afirma Julián Astete en la misiva que firma el 29 de enero de 1833 dirigida al Comandante de Armas de Concepción. Con el terremoto del año 1835, del cual tenemos conocimiento de primera mano de parte de Charles Darwin, quien visitó la capital penquista y el puerto de Talcahuano a los días de ocurrido, Santa Juana terminó por sumirse en la oscura senda del retraso en todos los ámbitos, lo que no impidió, sin embargo, que existiera interés de incentivar la instrucción y educación de sus habitantes.
En el libro «Historia de la Fotografía. Fotógrafos en Chile durante el siglo XIX«, de Hernán Rodríguez Villegas, podemos encontrar datos certeros de la corbeta «Oriental», una suerte de buque escuela para educar a las ovejas negras de las familias más distinguidas de Francia y Bélgica, que habría llegado al puerto de Valparaíso en mayo de 1840, trayendo abordo no sólo al primer daguerrotipo en suelo nacional, sino también a Esteban María König, oficial del barco y profesor con hábiles conocimientos en dibujo y pintura. A poco tiempo de zarpar de Valparaíso, la corbeta zozobra y el oficial König, ahora náufrago, decide quedarse en nuestro país. En 1844 se da inicio a la Escuela Náutica de Ancud, primer eslabón en la formación de oficiales para la marina mercante de Chile, cuyo primer director fue Esteban König. Relevamos la información anterior porque König, luego de pasar un tiempo en esta posición en Chiloé, se traslada a Santa Juana donde se hace cargo de la escuela fiscal hasta comienzos de la década de 1860, momento en el cual toma posesión en el cargo brevemente José Nieves Montoya Beltrán, natural de Rere pero ya afincado hace un tiempo en la zona (casado desde 1848 con Emilia Neira Solar, dama santajuanina hija del antiguo preceptor del pueblo Eusebio Neira y de Rosa Solar), para luego hacerlo, desde febrero de 1863 José María Segundo Rayo, recién trasladado desde la escuela fiscal de Lota. Pero es de especial interés la figura del extranjero oficial marino, pues es de él de quien poseemos datos más interesantes que reflejan la cotidianidad local.
En marzo de 1853, se acuerda en Concepción dotar a la escuela fiscal de Santa Juana hasta la cantidad de 240 pesos anuales para que se siguiera enseñando gratuitamente lectura, escritura, aritmética, doctrina cristiana, gramática castellana y geografía. El 27 de junio de 1853, Esteban König le dirige una sentida carta al Intendente de Concepción para pedirle un aumento de sueldo de 20 pesos que le permitiera contratar a un ayudante en tiempos de invierno, el cual sería despachado en el verano, cuando comenzaran los trabajos de cosechas en los campos, y así ese aumento pecuniario sería aprovechado en su propio bienestar personal el que se había visto menoscabado a esa altura por lo trabajoso que había resultado el oficio, llegando a confesar que «cuando se acaba la tarea del día, unas veces, estoy tan hundido que ni puedo más del pecho«. La dificultad, de acuerdo a König, radicaba en que en un mismo espacio estaban reunidos estudiantes de edades tan distintas (habla de párvulos de 5 años, la mayoría de 15, incluso hombres de 20 y 25 años). A pesar de que él mismo se pregunta en la misiva «¿cómo ocuparse en resolver algún problema que requiere silencio y atención, y al mismo tiempo mantener el orden entre unos chiquillos siempre bulliciosos?«, había logrado pasar de una pobre asistencia de 3 estudiantes, a una planilla de asistentes que llegaba a los 72, muchos de los cuales aprobaban conocimientos más complejos pero que, en general, «todos leen, escriben y sacan cuentas y escriben a la dicta». El trabajo requería paciencia, sobre todo cuando él mismo, esta vez en una carta enviada al «Monitor de las Escuelas Primarias» en agosto de 1855, describe al niño que habitaba la frontera como uno que «no tiene la menor idea ni deseo de saber lo que es lectura, escritura y aritmética … todo se reduce a hacer de vez en cuando la señal de la Santa Cruz. Cree en los brujos, en los daños, en los chonchones y en todas las absurdidades de los indígenas«, y cuando este niño crece no es aficionado de ir al pueblo, donde existe un poco más de civilización, pero para él eso es fácil de comprender porque «en un pueblo es preciso tener plata, y para esto tener algo que vender, y por consiguiente trabajar, y el trabajo como se sabe es un fantasma espantoso para el fronterizo«. Las gentes de las fronteras habían absorbido, de acuerdo a su percepción, todos los males «por la desmoralización en que viven por la frotación continua que tienen con los indios» dando como ejemplo el poco respeto que tenían los niños por la propiedad privada. A pesar de las decepciones que le reportaba su labor docente, Esteban continúa su trabajo en Santa Juana, siendo expedido y aprobado su decreto de nombramiento en el cargo en marzo de 1855, a pesar de que ya llevaba un par de años ocupándolo. Sus cartas tuvieron éxito: en 1854 se crea una escuela para la zona de Culenco y para el año 1857, el preceptor de la escuela fiscal de Santa Juana era el que tenía el mejor sueldo dentro de los preceptores del departamento de Lautaro, alcanzado la suma de 300 pesos anuales, permitiendo el anhelo de König, que era la contratación de ayudantes. El primer ayudante de la escuela fiscal de Santa Juana fue justamente el cuñado del preceptor Montoya, nos referimos a Reginio Neira Solar, hijo de Eusebio Neira, preceptor encargado de la escuela en la década de 1840.

Durante la década de 1860, la escuela del pueblo y la de Culenco tenían preceptores y ayudantes locales de la zona y amplia asistencia. En la información que revela Honorio Rojas, publicada en el «Monitor de las Escuelas Primarias» de 1864, de su inspección a las escuelas del departamento de Lautaro, destaca que si bien existe un gran número de asistentes a los distintos recintos educacionales, aún existía una mayoría de niños en edad de educarse sumidos en la ignorancia. Destaca la calidad del preceptor Rayo como «uno de los preceptores más distinguidos de esta provincia por su capacidad, buen carácter y ejemplar conducta«, y la resilencia de los niños de la zona de Los Pantanos, en Culenco, que debían atravesar hasta 8 kilómetros para llegar a la casa prestada por un vecino que servía de local para la escuela, dirigida por Ramón Madrid, cuyo aforo superaba los 30, a pesar de la distancia. Finalmente, de la escuela de niñas de Santa Juana, menciona que sus preceptoras, las hermanas Agustina y Beatriz del Campo, hijas de Juan Manuel del Campo y de Carmen Elmes Neira, quienes del año 1854 se encontraban desempeñándose, son «de buenas aptitudes y de ejemplar conducta«. Sin embargo, para la década de 1870, el pueblo seguía hundido en el retraso y era ajeno al progreso, como la mayoría de los pueblos rurales decimonónico de Chile, a pesar de que Santa Juana había contado con la calidad de capital del departamento de Lautaro hasta mayo del 1865, cuando por orden del intendente de aquel momento, Aníbal Pinto, la cabecera del departamento pasó al activo puerto carbonífero de Coronel. En su último número, emitido el 23 de julio de 1876, el pasquín de tiraje local «El Campeón» achaca a este suceso, la pérdida de la supremacía administrativa, la desventajas del pueblo: «nuestro pueblo, en tan triste estado de atraso hoy, mediante los esfuerzos de los que quitaron su primacía de cabecera de departamento, en tiempo de la intendencia de don Aníbal Pinto, y mediante todavía la pereza, la ineptitud y los caprichos de su subdelegado, es digno de mejor suerte«. Más de una década después, en la «Brisa del Bio-Bio» del 29 de enero de 1888, aún se lamenta la traslación de la capital departamental a Coronel porque «desde aquí [Santa Juana] no era posible atender y vigilar pronto y completamente los valiosos intereses de esas un poco apartadas regiones [Coronel y Lota]».
En un informe de Enrique Germain del año 1890 cuyo receptor fue el Ministerio del Interior de la época, se da cuenta de un completo informe del estado de Santa Juana. En conclusión, se presenta como un pueblo aún bastante alejado de las bondades de la modernidad, con edificios públicos y administrativos inadecuados y en muy malas condiciones, con una iglesia parroquial a punto de desmoronarse y con una imagen desordenada y descuidada, con una red vial con amplias necesidades de recomposición, aduciendo a la desidia de las municipalidades y gobernadores residentes en Coronel el atraso crónico del pueblo. Las escuelas, el tema que nos convoca, habían aumentado a tres, sumándose una en el Chacay, no obstante, Germain hace notar que en los distritos de Santo Domingo y de San Jerónimo, y a pesar de ofrecimientos de vecinos para la instalación de ellas en sus predios, no existen escuelas públicas, dejando sin instrucción una zona que no tiene menos de 10.000 habitantes.
En este contexto de abandono institucional y de estrechez educacional es en el que se desarrollan distintas familias principales de Santa Juana, que estaban emparentadas entre ellas y que buscaban ampliar los horizontes de sus hijos y parientes. Acostumbrados a dotar a sus hijos con algo más que los conocimientos rudimentarios y elementales que todo ser civilizado debía tener, enrolaron a sus hijos en la escuela fiscal del pueblo, alojando los días de clases en la casa del pueblo de la familia, o en alguna de los parientes que residían en el pueblo. El recuadro siguiente fue rescatado del diario editado en Concepción «Correo del Sur» en su número del 10 de marzo de 1863, y fue enviado para su publicación, por José Nieves Montoya y muestra los resultados de los exámenes rendidos por los alumnos de la escuela fiscal de Santa Juana en febrero de ese mismo año, de la cual él era preceptor.

En la lista podemos reconocer varios grupos familiares, todos emparentados entre ellos en distintos grados de proximidad. Los hermanos José Fidel, Tomás y Francisco Neira eran hijos de Pedro José Neira González y de Leonor Toloza Delgado. Leonor era media hermana de Nieves Medina Delgado, quien junto a Lorenzo Medina, fueron los padres de Remigio Medina (el que fue padre del diputado, senador y ministro de agricultura por cortos períodos, Remigio Medina Neira). Nieves era hermana de Carmen Medina Delgado, padres junto a Lorenzo Toloza Medina de Pedro José Toloza, y de las hermanas María del Carmen y Rosario Genoveva Toloza, quienes fueron esposas de Juan de Dios Reyes, hijo de Vicente Reyes y Rosario Cuevas. Federico Medina y Víctor Muñoz son primos hermanos porque son hijos de las hermanas Matilde Medina Ríos y de Eulalia Medina Toloza, esposas de Lorenzo Medina Medina y de Norberto Muñoz, respectivamente. Eulalia y Matilde son hermanas de la finada María Candelaria Medina Ríos, quien fue la primera esposa de José Hilario Cuevas Soto, quien es padre junto a su segunda esposa María Ignacia Hidalgo Fernández de José Leonardo Cuevas. Julián y Jovino Medina son hijos de Cornelio Medina y de Eulalia Medina, primos de Justo Medina, el hijo de Pascual Medina y de Dolores Benavente Medina. Por último, Juan Bautista Medina, era el hijo de Elías Medina y de Rosario Chávez. Este grupo ejemplifica claramente lo descrito por Esteban König en la carta al Intendente de aludida en los párrafos anteriores porque las edades de sus participantes no están concentradas en un rango etario específico, sino que están dispersadas en un rango más amplio. El mayor de ellos era Víctor Muñoz, quien tenía sobre los 20 años, la mayoría rondaba entre los 14 y 19 años y el menor era el pequeño Jovino Medina, con una edad cercana a los 10 años de edad. Bonifacio, Fabriciano, Raimundo y Bruno Medina, todos también forman parte de la parentela descrita en los renglones anteriores pero, por lo inmediato, no hemos podido trazar, aún, sus filiaciones.

Del piño de examinados destaca, en primer lugar, la conexión familiar existente entre casi todos ellos, fortaleciendo la idea de que el pueblo era una gran familia extendida unida por diferentes lazos de parentesco en distintos niveles que no caducaban. En segundo lugar, llama la atención de la calidad de las calificaciones obtenidas por algunos de los estudiantes. Juan Bautista Medina, alumno de la primera sección quien obtuvo en Aritmética 6 votos de distinción de 8, y 5 de 9 en Catecismo además de buena lectura y escritura. Su padre era Elías Medina y tenía una especial preocupación por la educación de los suyos. No sólo educaba a los hijos que había tenido con su esposa, sino también fue preocupado de la educación de sus entenados. Después de educar a Mauricio y María Isabel Salas, los hijos del primer matrimonio de Rosario, lo hace con sus hijos Mario, Basilio y el ya nombrado Juan Bautista. Cuando Elías fallece, sus nietos continúan fortaleciendo este acercamiento a la educación formal: Alejo Salas Cuevas, luego de aprobar sus primeras lecciones en el lacónico paisaje fronterizo, emprende rumbo a Concepción, donde termina sus estudios en el Liceo de Hombres de la ciudad, destacándose en algunas áreas, como la caligrafía, donde en su examen final de 1890 es distinguido por unanimidad; Santiago Salas Cuevas, por su parte, considerando la lejanía del fundo Seguruley, asiento principal de la familia que había formado con su esposa Olimpia Prosperina Neira Toloza, del pueblo, le arrienda en abril de 1907 al gobernador del departamento, don Pedro Rencoret, como representante del fisco, una casa y sitio ubicado en Seguruley para que sirva de escuela, por un canon de arriendo anual de 240 pesos. En 1919, Olimpia Neira, ya viuda, continúa el arrendamiento de la misma casa y sitio para las correspondientes funciones de escuela, pero esta vez con su alza correspondiente en el canon, subiéndolo a 260 pesos anuales.

Otro de los nietos destacados de Elías, y sobrino de Juan Bautista, fue Mario Medina Benavente, que a la larga se transformó en un querido profesor penquista y que hizo una meritoria carrera docente en varios lugares del Chile central. Hijo de Mario Medina Chávez, hizo sus estudios primarios en Rinconada del Laja para luego proseguir la senda de los estudios superiores en Concepción y Santiago, para finalmente conquistar el corazón de la notable Corina Vargas Vargas, pionera de la educación chilena quien fue la primera mujer que ocupó, nivel latinoamericano, un decanato universitario.
(continuará)
Deja una respuesta