A comienzos del siglo XIX, en los rincones del valle campesino de San Jerónimo, en las proximidades de Santa Juana, una joven Candelaria Salas conocía a su enamorado, Celestino Benavente. Candelaria vivía en compañía de su madre, Mónica de la Cruz Avello Carriel, la viuda del finado Antonio Salas, y Celestino era uno de los hijos de una familia de rancia estirpe santajuanina, familia formada por Pedro José Benavente y Teresa Medina Toloza, y si bien ambos eran dos jóvenes muchachos solteros y en toda edad para casarse, eran también una de esas parejas que a toda costa evitaba el matrimonio. La incapacidad de Candelaria de ser dotada con los bienes suficientes para poder satisfacer la posición de los Benavente Medina debido a su orfandad de padre y a los cortos medios que poseía su madre Mónica fue, al parecer, la razón de la ausencia de un compromiso oficial entre ambos. En aquella época, la familia de Celestino acostumbraba a unir a sus vástagos con integrantes de las familias principales de Santa Juana, como eran los Medina, Gallegos y Ríos: es así como, Dolores Benavente, hermana de Celestino, fue desposada por Pascual Medina y posteriormente a las fechas de este relato, Tomás Benavente desposó a Justa Medina, Isabel Benavente fue casada con Raimundo Medina Medina, Juana María Benavente fue la elegida como segunda esposa de Cornelio Medina, quien había enviudado no hace mucho de Rosalía Medina, mientras que Pedro Benavente se casa Felipa Gallegos Ríos, quien muere joven y deslocada en 1864, para contraer matrimonio en segundas nupcias en 1879 con Tita del Milagro Medina.

Los hermanos y hermanas de Candelaria tampoco podían hacerse cargo de esta situación que impedía la llegada al altar de la pareja: Alejo y Juan Salas ya estaban casados, ocupándose de sus propias familias y en realidad los medios y bienes les eran esquivos y estaban dotados solamente de su inteligencia; por otro lado, Nieves Salas había enviudado de Francisco González y estaba a cargo de sus hijos José Manuel y Francisco Solano González e imposibilitada de asistir a su hermana (a propósito del escaso caudal que manejaba Nieves, ella señala en su testamento del año 1839, otorgado luego de una terrible enfermedad, que el cura Juan de Dios Despot le dio algunos animales para que pudiera mantenerse), Francisca Salas llevaba un tiempo ya fallecida y había dejado una hija natural, Petrona del Carmen, que vivía en compañía de su tía Candelaria y su abuela Mónica, y Antonia Salas, la menor de los hermanos Salas Avello, había sido tomada como esposa, hace no mucho, por Manuel Martínez.

Sin embargo, toda la situación que describimos anteriormente no fue obstáculo para que la pareja participara en las actividades del uno y del otro a pesar de que no podían concretar. En enero de 1841 nacía Mauricio Salas Chávez, hijo de Alejo Salas y de Rosario Chávez. A los días de nacido, le fueron derramadas las aguas bautismales por algún seglar aprobado para la realización del sacramento, actuando como padrinos de agua su tía Candelaria junto a Celestino. Meses después, otro evento revelaría lo cercano de la relación de estos dos amantes: en agosto de 1841, y con su salud algo quebrantada, Mónica Avello, la madre de Candelaria, dictaba sus últimas voluntades en un testamento celebrado ante Ramón Guzmán, inspector del distrito de Culenco, y dejaba como primer albacea al enamorado de su hija, Celestino, para que dispusiera de sus cortos bienes y se ocupara de las últimas decisiones con respecto a su entierro. Sin embargo, la evidencia más notoria de la íntima relación entre ambos y lo que finalmente expuso al escrutinio público la relación, fue el nacimiento de sus hijos.

La primera de ellas fue Jacinta y también fue la que selló un destino distinto al que esperaban sus padres. Era el año 1843 y la pequeña Jacinta nacía, bautizada como hija natural el 12 de octubre de ese mismo año, siendo el nombre de su padre consignado en la partida bautismal, cosa fuera de lo común si los orígenes del progenitor querían ser ocultados pero común si el padre quería reconocer a la criatura como suya. Esto rápidamente encendió las alarmas de los padres de Celestino que, convencidos que Candelaria no era la candidata indicada para su hijo, rápidamente pusieron ojo en Rosario Ríos, una de las más jóvenes pretendientes de la familia Ríos, dueños de extensos potreros también en San Jerónimo. La falta de archivos parroquiales matrimoniales anteriores a 1848 en Santa Juana, sitúa el matrimonio entre Celestino y Rosario entre 1843 y aquel año. A pesar de estar ya casado con Rosario, Celestino no pude dejar la costumbre de visitar a su querida Candelaria, visitas que pronto se transformarían en nuevos hijos para la pareja. En el invierno de 1846 nace José Pantaleón y en el otoño de 1849 nace Juana María. Ambos fueron bautizados prontamente, pero esta vez detrás del “padre desconocido” y del apellido Salas registrado en la inscripción del bautismo se escondía la identidad del ya casado Celestino.

Inicio del primer folio del testamento de María Mónica de la Cruz Avello, madre de Candelaria Salas

Los testamentos de los familiares directos de Candelaria, develan que siempre existió una preocupación especial por la vida que ella llevaría después de que ellos cruzaran el umbral de la muerte. En el de su hermana Nieves, ella le lega una de las dos planchas que tenía en su haber. Su madre, Mónica, fue más generosa aún con su hija. En su testamento, del que ya hicimos mención, Mónica declara que ya le había enterado a su hija una vaca y una vaquilla, unos aros de oro y cuatro pesos para la compra de un sitio, además la deja mejorada en las siguientes posesiones: una yunta de bueyes, una esfinge del Rosario, un hacha y un azadón, dos cargas de sacos y un fogón, y del trigo que ella tenía en mancomún con su hijo Alejo, le deja la mitad. Si bien los útiles, enseres y granos que se describieron les asignaríamos un bajo valor de acuerdo a nuestro contexto, en el tiempo de Candelaria eran herramientas de trabajo que, inteligentemente usadas, podían mejorar la calidad de vida de sus poseedores. Lo más probable es que Mónica y su entorno familiar hayan anticipado una vida cuesta arriba para su hija al presenciar que un compromiso real de Candelaria con Celestino se diluía con el tiempo, y al tener de antecedente su propia historia, ya que Mónica era la hija natural de Tomás Avello – rematador de los diezmos de las doctrinas de Santa Juana y Nacimiento por varios períodos y quien tenía una familia formada junto a Josefa Benítez – habida en una chiquilla sin mucha aspiración de Concepción y que probablemente haya conocido en aquella ciudad en uno de los muchos viajes que Tomás tuvo que haber realizado a la capital del sur.

(continuará)

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