Si uno viaja en tren hacia Talcamávida, luego de recorrer la serpenteante ribera del Biobío y cruzar los breves puentecitos que sortean las cortas aguas que escurren de los cerros que rodean a Hualqui y Quilacoya, el pueblo saluda al visitante con la vista de una laguna poco pretenciosa y de tonos espesos, de nombre Rayencura, en cuya orilla se lamentan algunos sauces que van perdiéndose dentro de densos pajonales pero que, sin embargo, se transforma en una alegre sorpresa para aquel que ha venido observando el – a ratos – tedioso paisaje a través de las ventanas del vagón.
Esta laguna se le ha hermanado con otra ubicada justo frente a ella, cruzando el río, de nombre Rayenantu, en el pueblo de Santa Juana. Esta fraternal unión de estos cuerpos de agua es en razón de la triste leyenda que cuenta la historia de desamor entre el hijo del cacique de los tralcamawidas, antiguos habitantes de Talcamávida, con la hija del cacique de los catirayes, los primitivos pobladores del valle del Catirai, en la actual Santa Juana. Estos jóvenes, Rayencura y Rayenantu, que habían mancillado sus honras tribales por el amor prohibido que se profesaban y que habían logrado mantener oculto de sus familias, bandas rivales, fueron sepultados cada uno, por separado, en las cercanías de sus asentamientos, luego que ambos murieran trágicamente en las aguas del Biobío alcanzados por las flechas que las dos facciones rivales se lanzaban en combate. Recuperados los cuerpos de las aguas del río, cada familia sepultó a los jóvenes por separado en las cercanías de sus aldeas. En los sitios de sepultación de los enamorados, al día siguiente de los ritos funerarios, surgieron hermosas vertientes que formaron, con el tiempo, las dos lagunas que tomaron después sus principescos nombres en recuerdo de los jóvenes amantes.
Pero la laguna no sólo es el testimonio viviente de romances legendarios, fue también el escenario de encuentros de familias que tenían heredades colindantes en su orilla, principalmente chacras e hileras de frutales que aprovechaban la humedad que rodeaba el lugar. Las chacras las podemos concebir como las despensas de todo lo que el vergel les pudiera ofrecer a las familias campesinas. En ellas, los tomates, porotos verdes, papas y zapallos abundaban y los padres, madres con sus hijos e hijas y hortelanos bajaban a recoger estos frutos en primavera y verano para los consumos de la puebla. Los tiempos de pausa de estos laboriosos menesteres de la tierra daban la oportunidad perfecta para la camaradería entre todos los que iban a colaborar en el trabajo y también con los piños de los dueños de las chacras vecinas. En estos momentos, las ocupaciones de la tierra pasaban a un segundo plano y tomaba protagonismo la alegre brisa bucólica del cálido estío que alentaba a los jóvenes a cortejar, de acuerdo a los límites de cada época, a las muchachas casaderas.
Francisco Novoa Contreras, hijo de Pedro Novoa y Juana Contreras, fue un habitante de la doctrina de San Rafael de Talcamávida que vivió durante la segunda mitad del siglo XVIII, falleciendo probablemente en alguna fecha cercana al 1822, año en el cual otorgó su testamento ante su primo, el subdelegado de Talcamávida Miguel Sanhueza Vergara. Lo podemos encontrar en algunos documentos notariales de la época firmando como notario público o como testigo de algunas transacciones. Fue casado en primeras nupcias con María Quintana quien, suponemos, muere luego del enlace pues en ella no es engendrada descendencia ni bien alguno material como fue declarado por Francisco en su última voluntad. Su testamento es pieza fundamental para lograr conocer una pincelada de los hechos íntimos de él y de su familia. Es así como a través de este documento conocemos que luego de enviudar, es casado con Josefa Jara, con la cual procrea 11 hijos, de los cuales 8 llegan a edad adulta, siendo sus nombres Carlos, María del Rosario, Manuela, Andrés, Pedro, Deseano, Paula y Martina. Pero igual de importante que estos datos sobre su familia, es la información que revela sobre sus posesiones y bienes, siendo esto último lo atingente a nuestro relato. Francisco señala que «compramos en Talcamávida una huerta en la orilla de [la] laguna en nuestro matrimonio» con Josefa. Probablemente junto con los suyos haya frecuentado la huerta en Rayenantu, teniendo en cuenta que además de esa posesión en Talcamávida, contaba con un sitio con unas hileras de perales también ubicado en el pueblo, que había heredado de su madre Juana. Las frutas y chacarería que habría obtenido de estos lugares tuvieron que haber sido bien utilizados por la familia Novoa, la que tenía su asiento principal en Ranguel, lugar ubicado en las serranías que rodeaban el valle del pueblo donde la vid y las viñas eran las queridas principales. Deseano, uno de los hijos de la pareja, contrajo nupcias con Rosa Manríquez Guzmán, sobrina de otro de los propietarios de huertas en la laguna.

Otro de ellos fue el matrimonio compuesto por Victorio Manríquez de Lara y María Gertrudis Rey de la Jara, que también habitó las cercanías de Talcamávida, específicamente en la hacienda de San Antonio, en el camino que unía a este pueblo con el de Rere. Es también en un testamento, esta vez en el de Gertrudis, expedido en su casa en el año 1830 ante Marcelo de la Oliva, donde podemos encontrar la evidencia de alguna posesión, por parte de ellos, en la orilla de la laguna. En uno de sus ítemes dice que deja «una huerta con perales y manzanos, la que comprada a tres herederos los cuales fueron Juan Llancamilla, Casimiro Guenul y Alejo Pormallanca, marido y conjunta persona de Bernarda Liempi» y esta huerta «existe en Talcamávida a orilla de la Laguna a la parte del norte que linda con tierras de Unihue, aunados de mancomún dijeron que como legítimos herederos a dicha huerta que hubieron por sus padres, hacían venta real a don Victorio Manríquez de Lara, como consta de la escritura y documentos que lo acreditan«. Es posible que esta huerta además de surtir a la familia Manríquez, haya sido el escenario donde la hija de su hermano Eugenio, la ya mencionada Rosa Manríquez, haya conocido a Deseano, su futuro marido. La familia Novoa no era desconocida para los Manríquez: en ambos testamentos mencionados, aparecen referencias de relaciones pecuniarias entre ambos grupos familiares. Francisco se refiere a unas transacciones con Cornelio Manríquez Vargas, el hijo del capitán Antonio Manríquez y de Pascuala Vargas. Gertrudis declara deberle 102 pesos a doña Rosa Guzmán, una de las tías solteras de Rosa Manríquez, además de deberle otros 47 pesos y 7 reales a don Félix Antonio Novoa y dejar mención de las 137 cabezas de ganado lanar que tenía a medias con Vicente Novoa Rey, el padre de Félix, haciendo notar que fueron secuestradas por Manuel Marañado, del Ejército Real. Justamente Vicente Novoa fue el primer albacea de la testamentaria de su pariente Francisco Novoa. Todas las relaciones anteriormente descrita nos hace suponer, con justas razones, que ambas familias terminarían uniéndose en matrimonio y qué mejor que situar estos románticos encuentros en el fresco margen de la laguna con sus alegres huertas a su alrededor.

Sin embargo, no sólo podemos suponer relaciones idílicas en el paisaje lacustre. En el mismo contexto de estrechas relaciones familiares la relación entre Pedro Nolasco Novoa Manríquez y María del Rosario Manríquez Oliva fue establecida. A comienzos de la década de 1860, Pedro Nolasco, quien era nieto de Francisco Novoa a través de su hijo de Deseano, era ya un hombre de casi 40 años que había estado manteniendo una «relación ilícita» con María Luisa Lobos, la que ya había producido dos hijos naturales, Desiderio y Gregoria, lo que no tenía muy contentos a sus devotos padres y mucho menos a su hermano cura, el presbítero Bartolomé Novoa. Motivados en deshacer la amistad incontinente entre Pedro Nolasco y Luisa, su familia rápidamente busca alguna jovencita en edad de casarse dentro de sus conexiones familiares. Es así como llegan a María del Rosario, hija de Lorenzo Manríquez y de María Oliva, y nieta de los ya nombrados Víctorio Manríquez y Gertrudis Rey. Rosario, que en ese momento rozaba apenas los 20 años de edad, se encontraba huérfana de padre y contaba con cortos medios para subsistir junto a su madre y su hermano menor, Santiago, y que a pesar de la ausencia paterna que la podría haber dotado para su matrimonio, el hecho de pertenecer a las familias principales de los alrededores la hacían una dama de calidad, transformándola en una candidata ideal para ser desposada por Pedro Nolasco. Con celeridad fueron celebrados los esponsales, dispensadas las proclamas y los impedimentos por parentescos, para posteriormente festejar el matrimonio, realizado el 2 de Julio de 1862. De las 12 hijas y 2 hijos que tuvieron, no muchas de ellas lograron llegar a edad madura, y las que sí lo consiguieron, continuaron la política familiar de contraer nupcias dentro de la misma familia, incluso relacionándose con la descendencia de los hijos naturales de Pedro Nolasco.

Desde el borde de la laguna, los Novoa continuaron su influencia en Talcamávida y el territorio circundante. Sus descendientes que no se unieron dentro de la misma familia, lo hicieron con las familias Garcés y Oliva, con las que, sin embargo, también tenían relaciones cercanas de parentescos, continuando la residencia en las inmediaciones. Los Manríquez, en cambio, optaron por dejar la zona, moviéndose hacia la localidad de Rinconada de Laja, para luego establecerse, algunos, en las cercanías de Los Ángeles, mientras que otros decidieron fijar su residencia en la Araucanía, específicamente en Traiguén donde el primer alcalde este pueblo, Juan Miguel Manríquez Oliva, era nieto de Victorio Manríquez y Gertrudis Rey. Continuando en Traiguén, el talentoso escritor Luis Durand quien oriundo de ahí, fue probablemente hijo natural de Andrés Manríquez Oliva, también nieto de los Manríquez Rey, y en su conocidísima obra «Frontera» es muy posible que Anselmo Mendoza, el protagonista de la historia literaria, sea una representación de aquel que fue su padre.
Hoy en día, la laguna sigue refrescando los veranos en improvisados balnearios en sus playas mezquinas pero ya no quedan recuerdos de lo que pudieron haber sido las graciosas vegas repletas de hortalizas que adornaban las lomas que la rodean. Continúa siendo una panorámica interesante de observar para los viajeros y les recuerda que la estación de Talcamávida está pronta a llegar.
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